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De qué hablamos

Las mujeres

Cuando hablamos de porno

|Texto: Marlly Lorena Ocampo

De qué hablamos las mujeres cuando hablamos de porno

Se suponía que escribiría un ensayo. Así es, un ensayo. Mas resulta que para hablar sobre pornografía, desde la perspectiva femenina, hay que hacer justamente eso: hablar. Entonces, me pregunté, ¿cómo sería una charla entre ocho mujeres sobre sus experiencias al ver pornografía? Tengo las respuestas de ocho mujeres reales, solo era necesario apoyarme en la ficción para construir una charla sobre porno entre ellas. Una charla ficticia con unas respuestas no tan ficticias de lo que podría ser una conversación de porno entre mujeres. Así lo imaginé:

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Cuando en un grupo desean hablar de temas más interesantes, suelen romper el hielo con la persona más extrovertida o charlatana del grupo, en este caso, yo. Así que, para estimular la conversación, Alejandra me pregunta por el pene más grande que he visto.

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—¿Qué haya visto o que me haya comido? —pregunto, como si un pene fuera algo comestible.

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—Sí, que haya visto.

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—El de Garganta profunda.

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—¿Cuál? —consulta Daly.

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—El de la película porno más famosa de la historia.

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—Sí —agrega Giselle—. Aunque esa película es muy vieja y toda esa gente la tiene peluda. ¡Gas!

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—¡Uy, sí! —digo al recordar.

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—¿El más grande no es el de Nacho Vidal? —pregunta inocentemente Laura.

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—Nunca en la vida —dice Giselle con seguridad—. Ni por los bordes le llega al de Garganta profunda.

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—¿En serio? ¿Así de grande es? —consulta Daly, asombrada.

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—Sí, es una señora tripa —contesto divertida.

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—¡Qué viejas tan pornosas! —exclama Laura.

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—Ya va a decir que nunca ha visto porno —inquiere Daly.

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—Bueno… no mucho —resuelve Laura.

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Como en todo grupo, además de una charlatana, también hay una más seria o madura. En nuestro caso estaba Maria.

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—A mí no me parece nada del otro mundo —dice Maria.

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—¿Garganta profunda? —pregunta Giselle decepcionada.

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—No, el porno en general.

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—¿Entonces ha visto? —pregunto.

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—Sí —dice despreocupada—. Tenía aproximadamente 12 años, había salido a jugar con mis amigas y un amiguito vecino nos invitó a la casa porque estaba viendo una película. Nos sentamos en la sala y el chico tenía puesta una de porno.

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—¡Ay! —dice Laura intrigada.

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 —Creo que esa fue la primera vez que vi un acto sexual en mi vida, pero no sentí pena ni incomodidad ni excitación. Nada.

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—¿De verdad? —pregunto.

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—Sí, solo no me interesó —dice con sinceridad—. Mi mamá es educadora sexual y yo ya tenía muy claro cómo era el proceso, así que simplemente me paré.

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—¡Uy! Se paró —interrumpe Daly.

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—De la silla —continúa de inmediato Maria—. Y me fui a la calle a seguir jugando.

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La mayoría de nosotras queda impresionada por la narración de Maria. Tal vez nosotras evocábamos el evento con el común morbo e interés al que está asociado. Sin embargo, Daly parece identificarse un poco.

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—Aunque mira que a mí me pasó algo parecido… bueno, no parecido.

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—¿Cómo así, boba?

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—Recuerdo que mi primera vez fue como a los 12 años —empieza a contar—. Recuerdo ver la puerta de mis padres entre abierta y asomarme. Había una mujer atada a un árbol desnuda y había varios hombres aprovechándose de ella, ese fue mi primer concepto de porno que, de hecho, después asocié de mala forma y terminé teniendo sueños de violaciones que después me afectaron en cierta forma mi vida sexual.

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—¿What? —interrumpe Natalia—. Qué cerda, marica.

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—Ay, pero no me quedé así —aclara Daly—. Mi segundo concepto de porno fue para aprendizaje, a los 26 años, yo busqué porno para estar a la altura de mi novio en esa época, él tenía mucha experiencia y yo ninguna: era virgen.

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—¡Qué ternura! —exclama Camila.

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—¡Cállense, idiotas! —exclama Daly que continua la narración—. Es que tenía tantos conceptos de cómo perder la virginidad que dije mejor busco yo mis propias experiencias, quería aprender a hacer sexo oral, posiciones y qué mejor forma de aprender que mirando a los maestros. Je, je, je. Recuerdo que me sentía muy feliz cuando lograba lo que quería y era cada vez mejor.

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—Brutal, marica. Yo sí soy más tiesa —dice Laura.

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Me resulta curioso que muchas de nosotras observamos porno entre los 10 y 12 años. Honestamente, pensaba que en las “primeras veces” participaban factores como la accidentalidad o el temor. Algunos estudios que había leído comentaban que los primeros encuentros de algunas mujeres con la pornografía se daban por casualidad. Por suerte, Carolina tenía una historia de esas. 

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—La primera vez que vi porno sí estaba cagada de miedo —expresa Carolina—. Tenía más o menos 10 u 11 años de edad, mantenía con mi primo que era un año mayor que yo. Fuimos a un café internet a hacer tareas y ya habíamos escuchado en el colegio hablar a otros niños sobre pornografía y esos canales verdes y sin buena proyección que daban en horarios después de las 12:00 p.m., así que no recuerdo cuál de los dos tuvo la idea y nos pusimos a buscar en internet alguna página, lo primero que vimos fue porno hetero, en ese momento la única sensación que sentí o experimenté fue miedo de ser descubiertos.

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—Qué pesar, no pudo disfrutar —dice Alejandra y todas reímos.

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—Pero no vio porno por accidente, sino que lo buscó —dice Camila a Carolina algo juguetona.

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—Pues sí, parce. Uno ve porno por muchas razones —responde en forma de defensa—, ¿o no, Marlly?

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—Claro, marica —digo con seguridad—. Uno ve porno por muchas razones, así sea por desparche, curiosidad o para darse dedo.

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Todas ríen porque reconocen que una de las razones para ver pornografía es con fines masturbatorios, placenteros. Desde luego, existen razones didácticas como ver pornografía para endulzar la conversación erótica o para aprender diferentes poses y complacer a los amantes. Sin embargo, aquella risa de hace un momento fue cómplice dado que, implícitamente, la mayoría de nosotras concibe los alcances de la pornografía fuera de sus fines didácticos.

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—Pues sí…. —interviene Carolina—. Científicamente se ha demostrado que el cuerpo femenino y el clítoris son solo para generar placer y debe aprovecharse.

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—Marica, ustedes son muy enfermas —participa Natalia—. Yo veo porno es para dormirme.

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—Muy tullida, marica —contesto divertida—. Entonces como que aquí la mayoría ve porno.

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—Yo en lo personal no lo hago con frecuencia, pero sí ocasionalmente —contesta Maria.

—¿Y qué videos le gustan? —pregunta Alejandra.

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—Me gustan los videos amateurs o el porno romántico, donde se ven parejas reales y situaciones comunes.

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—No marica —interrumpe Giselle—. Muy flor, como es de rico ver a un tipo dándole bien duro a una vieja.

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—Parce, no sea tan perra —contesta Alejandra.

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—Yo sí veo es porno de tríos y de parejas haciendo acrobacias y de disfraces —contesta Daly.

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—No, yo si la verdad nada de piquitos y caricias —digo—. Me gusta es duro, salvaje. Tengo una atracción por la humillación y el sometimiento.

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—Parce, usted no es normal —dice Natalia.

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—Lo sé, no soy una buena persona —contesto con sinceridad.

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—Pues yo soy bisexual y tengo novia, pero me gusta más ver porno hetero —agrega Camila.

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—Yo también soy bisexual y tengo novio blanco, pero me encanta ver porno interracial… esos negros con esas súper vergas —dice Alejandra, como evocando las escenas en su cabeza.

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Me llama la atención que la mayoría de mujeres en la charla tenemos orientaciones sexuales diferentes a la heterosexual y, justamente, consumimos porno de ese tipo.

 

Como si, de alguna manera, la inclinación sexual no definiera el gusto pornográfico.

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—Yo en verdad creo que la orientación sexual se desdibuja un poco cuando se trata de pornografía. La mayoría de personas no tienen problema con ver constantemente y en primer plano los genitales de otros en una película o video, pero sí hay aprehensión en la vida real. Sin embargo, no es común que una persona heterosexual prefiera ver porno gay-lésbico.

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—A mí no me parece —refuta Natalia—. Claramente, la orientación sexual sí puede definir algunas de nuestras preferencias a la hora de elegir el contenido pornográfico que se desea ver, sin embargo, no es la regla general —continúa—. Por ejemplo, en mi caso, tuve mucho tiempo en el que solo buscaba sexo lésbico, pero cuando tienes algunos gustos particulares, debes abrir el campo de búsqueda.

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—Así es —apoyo a Natalia.

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—Los gustos cambian. Yo no me limito a ver solo pornografía lésbica, me agradan los videos en los que una mujer “cabalga” a un hombre y lo disfruto sin problema alguno. Mi foco está centrado es observar a la mujer. No me molesta la presencia masculina, no la rechazo —comenta Natalia.

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—Es verdad —participa Daly—. No necesariamente se define el tipo de porno según la orientación sexual, yo puedo ver porno de mujeres y no soy lesbiana. Pero como dije, veo más de los tríos mujer hombre mujer.

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—Bueno y ya que son tan expertas en porno, recomienden pues una página buena —digo para incentivar la charla.

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—Ah, pero si usted es toda dormida que no tiene Twitter —dice Giselle—. Por ahí es donde más veo.

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—Sí, en Twitter —responden Daly y Carolina.

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—Yo pensé que hay solo se veían memes —dice Laura con inocencia.

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—Yo también estoy viendo desde Twitter porque me falla mucho el internet para páginas —aclara Natalia.

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—Pues yo, las pocas veces que veo, entro en Pornhub —comenta Maria.

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—Petardas, Cam4, Xvideos —agrega Alejandra.

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—Es que sabe —digo para molestarla—. A mí me da pereza ver en esas páginas, se tardan mucho en cambiar el contenido y no manejan casi sadomasoquismo o porno duro.

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—¡Ah! Pero es que también lo que le gusta —dice Laura.

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—¿Qué tipo de porno no verían nunca? —pregunto a todas.

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—Nunca vería pornografía infantil ni zoofilia —responden Carolina y Camila a la vez—. Tampoco de discapacitados o personas en condiciones de salud extremas —continúa Camila.

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—Yo tampoco vería eso ni pornografía que tenga maltrato sexual o duro —dice Natalia

 

—. Ni escenas que muestre los fluidos corporales… así como vómito o mierda o meados.

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—¡Ay, que rico! —digo para incomodarlas.

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—Gas, parce —dice Laura.

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—No, yo nunca vería pornografía de chinos. Esos asiáticos. No tiene nada de excitante —agrega Daly.

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—Pues yo no sé. Yo sí consumo pornografía con frecuencia y aunque me gustan ciertos géneros debo decir que, a veces, depende el humor que tenga y lo que quiera hacer con mi pareja —dice Giselle.

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—Estoy de acuerdo —digo—. Ver porno puede ser provechoso para las relaciones sexuales o, así sea, para aprender una pose que otra.

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—Hum, no sé —dice María—. A veces la pornografía puede generar situaciones frustrantes.

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—¿Cómo así? —pregunta Alejandra.

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—Me he encontrado en situaciones frustrantes en las que el otro quiere o espera recibir-hacer-ver cosas que no son comunes en la realidad, influenciados claramente por la pornografía.

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—Marica, usted es muy de malas —interrumpe Giselle—. En lo personal, la pornografía ha contribuido mucho en mis relaciones sexuales y no ha provocado que mi pareja espere algo en especial de mí.

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—A mí me ha servido como preámbulo para el sexo —agrega Camila.

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—Bueno, la verdad es que, a mí, en algunas ocasiones, los cuerpos de las actrices porno me hacen sentir fea, insegura, porque tienen chimba de tetas y de culo y una toda plana —dice con gracia Giselle—. Pero ver las poses y comprender los deseos y gustos a la hora del sexo me ha ayudado para complacer a mi pareja y disfrutar de la relación sexual.

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—A mí la pornografía no me ha generado mucho impacto, no me guío ni me baso en ella para estar después en mis relaciones sexuales esperando aprender de algo que haya visto —cuenta Carolina.

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—Es que el porno es un ejercicio individual. De hecho, gran parte de mis ritos sexuales los he ido ajustando conforme descubro nuevas formas de llegar al orgasmo —dice Natalia.

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Cuando algunas personas empiezan a bostezar a la vez que ríen, noto que se acerca el momento de terminar la charla. Por suerte, Daly la cierra con el comentario más honesto y realista de todos.

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—No, yo sí tengo que estar muy agradecida con el porno —dice en un tono aclarativo—. Si no fuera por el porno fuera virgen aún y sería una frígida, mal cogida.

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Frente a un comentario así cualquier descripción sobra. Porque como bien lo intuyó Agatha Christie: “Las conversaciones siempre son peligrosas si se quiere esconder alguna cosa”. Aquí, ninguna pudo ocultar la realidad de su vida sexual en relación con el porno, eso parece lo único sabido con anterioridad, lo demás, es toda una revelación.

© 2020 Revista Takiq

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