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Texto: Nathalia Baena

Ilustración: Jorge Mendoza

Quise preguntarle a Miguel de Cervantes qué hubiera pasado si la Corona lo hubiese aceptado como contador de la Nueva Granada. Cuando salí del pozo, luego de un viaje estrecho y veloz, supe que lo había encontrado. Me estaba esperando y conversamos en la estancia.  

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Al principio fue gracioso comunicarnos; le expliqué que venía del siglo XXI, curiosamente de la región que él conocía como Nueva Granada. Le dije, también, que llegué por medio de una máquina del tiempo llamada Google Arts & Culture y que había venido a encontrar respuestas.

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Mientras caminábamos, me enseñó su casa. Me dijo que el pozo del que salí, ubicado en el patio central, es el encargado de abastecer de agua a su familia. Me llevó al cuarto de su abuelo, en el que pasó sus días de infancia leyendo novelas de caballería y escarbando los baúles secretos que guardaban el destino incierto de Alonso Quijano. 

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Volvimos al patio central y, sentados ya, me contó que cuando escribió la segunda parte del Quijote, pensó en su fracaso al haber sido rechazado por la Corona, hecho que lo llevó a escribir un capítulo dedicado a la recompensa que trae la derrota.

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  • En este capítulo hay un lacayo llamado Tosilos –me dijo- con quien el Quijote se enfrenta a batalla. El castigo, si Tosilos es derrotado, es casarse con la hermosa hija de doña Rodríguez. Después de sonar los tambores, como señal de arremetida, Tosilos le dice al maestro de campo que se da por vencido porque quiere casarse en seguida con ella.

  • ¿Y qué sucede con el Quijote? – le pregunté.

  • El Quijote aceptó la derrota de Tosilos porque entendió que aún en la derrota también hay recompensas.

  • ¿Y cuál fue, entonces, su recompensa por haber sido rechazado por la Corona? – insistí.

  • Escribir la historia del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha – respondió así de simple y se fue.

 

Museo Casa Natal de Cervantes

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Al salir de la Casa Museo Natal de Cervantes, volví a tener la misma sensación de tedio y confinamiento que provocó este viaje. No volví a casa, por el contrario, quise buscar más respuestas. Recordé que años atrás, en una exposición de Van Gogh Alive a la que asistí como fotógrafa, supe que Vincent Van Gogh pasó sus dos últimos años de vida entrando y saliendo de un hospital psiquiátrico en los que, bajo la angustia de su depresión, pintó sus más reconocidas obras.

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Navegué un poco y volví a la máquina del tiempo que, con un solo clic, me llevó a Ámsterdam. Entré y allí estaba él, de pie, mirando unos de sus cuadros, con las manos en la espalda, cruzadas y sin ningún gesto de agrado. Antes de llegar a él –no quise interrumpir cómo contemplaba La noche estrellada (1889)- recorrí detenidamente la exposición de sus autorretratos ubicada en el segundo piso, hasta que lo vi acercarse. Sin entrar en adulaciones, le pregunté:

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  • ¿Por qué en nuestros peores momentos somos capaces de tocar la cumbre de la belleza en el arte?

  • Porque satisfacemos nuestras más escondidas necesidades íntimas – me dijo-; porque todo es arcilla para el arte. Yo pinté para no morir, aunque fue mi más íntima necesidad.

 

Van Gogh Museum

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Su respuesta fue una revelación, una especie de camino hacia la capacidad que tenemos para resistir ante la incertidumbre de lo que implica vivir. Me fui del museo y volví a Google Arts & Culture con más preguntas. Si todo es arcilla para el arte, ¿entonces también puede serlo el dolor? Y pensé en seguida en Frida Kahlo, en su historia, en su vida artística y, sin dudarlo un segundo, viajé hasta México.

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Cuando llegué a su casa, me recibió un abundante jardín rodeado de paredes azules con ventanas verdes. La vi meciéndose en su silla, con la mirada intacta y el cabello recogido. El dolor de su fractura de columna vertebral y de pelvis no lo sentía Frida, lo sentían sus pinturas y quienes fueron testigos de ellas.

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Fui impertinente y le conté la respuesta de Van Gogh ante su encierro mental y su creación artística. Asintió. Me pidió que me sentara, le dije que todavía tenía preguntas, pero que no tenía mucho tiempo. En sus autorretratos –que no son pocos- sentimos que además de un dolor físico, gravita un dolor emocional. ¿El dolor es arcilla para el arte y el arte un espejo de la vida propia?

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  • Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola, enferma, y porque soy el motivo que mejor conozco. Cuando conoces lo suficiente tu dolor, encuentras la forma de liberarlo, aun cuando el dolor real permanezca – me confesó.

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Regresé, luego de un viaje en el tiempo del arte, en la máquina que, aunque me llevó a encontrar respuestas, despertó un sinfín de inquietudes para querer usarla de nuevo.

 

Museo Frida Kahlo

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© 2020 Revista Takiq

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