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Ideario de un Soltero(n) Pandémico Cuarentón

“Mijo, si yo con preocuparme y dañarme los nervios el mundo se curara,

pues lo hacía, pero como no es así, solo tengo fe”

Doña Gloria

Mi mamá

Primera temporada: “Quédese en casa”

“Cásese”

Las ideas con respecto al matrimonio siempre han sido muy polémicas. De igual forma, los argumentos que se utilizan para convencer a los que no lo han hecho, todos con el imperativo afirmativo por delante: “cásese para que no se quede solo; cásese para que tenga quién le lleve una agüita (así en diminutivo para producir en este caso tristeza) cuando esté enfermo”; y así muchos más. Sin embargo, ahora con la situación actual, van a dar un nuevo argumento que permanecerá en el imaginario colectivo por muchas generaciones: “Cásese por si cae una pandemia”.

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“Lavar loza”

 

En estos tiempos de cuarentena estoy leyendo un blog para mayores de 40 años. Y en este se maneja un concepto muy particular y pertinente para esta época. En el blog le llaman “Lavar loza” al acto de tener relaciones sexuales de forma monótona, principalmente con la pareja de muchos años ya. Y la comparación la cierran diciendo que: tener relaciones así es como lavar loza, a nadie le gusta pero es necesario y toca.

 

“Gente rota y fea”

 

Que duro es ser niño o joven en estos tiempos. Los niños tener que soportar las dos características más profundas de los adultos (así los veía yo cuando era pequeño): rotos y feos; y los jóvenes sin poder hacer el delicioso a diestra y siniestra. Los mayores de 40 ya lavábamos loza antes de la plaga.

 

 “Beber”

 

¿Cómo sobreviví cuerdo a esta primera cuarentena a pesar de mi sistema nervioso? Las relaciones afectivas sirven mucho, pero solo se alcanza la salvación bebiendo. Cada noche una medidita (cervezas), un tanguito de fondo, una salsita del grupo Niche; conectarse con los amigos y sus variopintas formas de ver la peste: algunos esperando los miles de muertos diarios en Colombia, otros aclarando que todo es una conspiración, y también los que son profesionales en el arte de andar la noche y el nuevo formato digital no los afectó: las esposas de estos últimos dicen que llegan más tarde a la pieza que cuando salían antes de que el mundo se acabara. En conclusión, destapen o pidan trago, que nunca sabremos cuál será la última curda.

 

PD: no he hablado de las relaciones de amor porque esa es otra pandemia aparte, tan lindas las pandémicas que beben a vuestro lado, codo a codo.

 

“Hay días…”

Hay días en que somos tan pandémicos, tan pandémicos...

 

“Consejo de tía”

A ratos me pongo a analizar los diferentes motivos por los que no me he casado, recuerdo mucho el consejo de mi tía chavela cuando yo despuntaba los 15 años:

—Tía Chavela: “Vea, Juanito, si usted se va a ir a vivir con una muchacha para darse mala vida y ponerla a sufrir, mejor déjela quieta en la casa de ella”.

Van comprendiendo lo que es haber sido criado solo por mujeres

Confesiones de pandemia: ¿Qué pasó…? Nació Papeto. Un episodio de “Dark”

Yo soy el papá de mi hermano. Trataré de hacer corta la historia.

Muchas personas que tienen mi edad –unos años más, unos menos– no fueron planeados por sus padres. Mi papá Guillo se casó con mi mamá por mí. Él intentó hacer el lance y llevársela a vivir sin nupcias –entiendo un poco a mi papá porque apenas llevaban tres meses de novios– y ella le preguntó a mi abuela:

 

—Mamá de Soltero(n): “Ve, mamá, Guillo me dice que nos vayamos a vivir juntos, pero que no nos casemos todavía, que más adelantico”.

—Abuela Alejandrina: “No, vos ya estás esperando un hijo, eso así sería un enmozamiento, mija”

Un día después:

—Mamá del Soltero(n): “Guillo, mi mamá dice que si nos vamos a vivir así es un enmozamiento. Entonces, no puedo, oís”.

—Papá Guillo: “No pues siendo así, qué le vamos a hacer, casémonos que hp”.

 

Mi hermosa madre católica y muy creyente se casó de blanco y conmigo en la panza de cinco meses. Este lempo de hombre creció en una casa muy grande, en la que corría y corría y parecía no tener fin. Me la pasaba espiando a los adultos e imitaba lo que ellos hacían, principalmente a mi mamá. Aquí es donde volvemos al inicio. Yo tenía cinco años y entré a la habitación donde mis padres tenían un diálogo un poco serio:

 

—Papá Guillo: “Mira, India, cómo así que estás en embarazo”

—Mamá Soltero(n): “yo no entiendo ¿qué pasó?”

 

Cuenta la leyenda que entré en medio del zaperoco y me dirigí al nochero de la habitación, abrí un cajón, saqué las pastillas de planificar de mi mamá y me metí una a la boca y salí como si nada del cuarto.

No sé qué tan científico sea que unas cuantas pastillas puedan descontrolar las hormonas y quedar una mujer en estado. Lo cierto fue que meses después nació Papeto. Por los descuidos de mi mamá no me quedé siendo el único en su corazón. (Además años más adelante nació mi hermana, que vaina tan dura esto para los hijos mayores).

Después de varios relatos queda muy clara mi posición con respecto al tema de niños propios. Mi hermano es mi hijo, puesto que mi papá fue el actor material y yo el actor intelectual.

 

 

“Una bebeta para el fin del mundo”

La última borrachera que me pegué fue monumental, vergonzosa e inolvidable.

Y la recuerdo ahora porque en épocas de pandemia es la única manera de escaparle al aburrimiento y a la ansiedad: recordando momentos felices –vaina que casi siempre pasa al verse con los amigos–. Pues resulta y acontece que aquel 7 de diciembre de 2019 llegaba mi primo Andrew, de la USA; y el día anterior llegó “El Mono”, de Chile.

 

Arribaban a La ciudad de las Palmas. Allá vive mi mamá, así que empaqué al Miurita para que la saludara y La Ciudad Milagro me decía adiós espero volverte a ver. Lo único maluco era que el rival de patio había quedado campeón del torneo colombiano de fútbol y no quería aguantar la recocha de sus hinchas. Sin embargo, el cariño por la familia es más fuerte y prometí aguantar un poco, si se ponían muy necios me echaba a dormir y listo.

 

En la casa de Doña Glo me recogieron mi primo Andrew y mi primo chiripas. Y nos fuimos al barrio. Todos los que han vivido en barrios populares saben que cuando llega alguno del extranjero nadie se salva de tomarse unos tragos, y el trago debe ser el que se toma en el barrio, uno no puede llegar de picado a patrón a cambiar el género de la bebida. Así que ya iba preparado para chupar guaro.

 

Llegamos a la casa del Mono y lo saludé al igual que al Chivo (hermano del Mono). Empezamos los cinco a tomarnos unos aguardientes y conversar un poco de la vida de los que vivían lejos. Pero siempre sucede algo mágico en esa región y es que cuando ponen Salsita todo cambia de color. Todo gira en torno a ese ritmo y uno se transforma. Suenan las trompetas, las maracas y el trombón; y el corazón late al ritmo de la clave, papá.

 

El sexto pasajero fue Pipe y nos sentamos a dar catedra de guaguancó. En estas tierras La salsa es música para todo. Desde sentarse a beber, hasta tirar paso de lo lindo. Bailando es donde yo saco mi mejor repertorio y hago: “El pasito Tun Tun”, “El cuarenta millas”, “La caída de la hoja”, “El paso de la cometa” o el “Quema quema”. En esta ocasión no fue así, solo salsita de despecho para tomar.

Poco se habló del título y rápido se pasó a temas de risa y recuerdo. En los barrios siempre recordamos las mismas historias y nos reímos de lo mismo, porque la clave del asunto no está en el cuento que se echa, sino en la forma de contarlo y complementarlo. vos podés haber triunfado o fracasado, pero en el barrio tenés el mismo apodo y sos uno más. Los amigos con los que crecés ahí se llevan en el alma y siempre son los que te sacan de esa realidad (a veces burbuja) en la que vivís por fuera. Llegar al barrio es llegar a las raíces y ahí está el origen de quienes somos.

Se fue juntando más y más gente y a la melodía se le subió el volumen. Empezaron a llegar los que son menores que nosotros (los treintañeros), los cuarentones (como nosotros), los cincuentones y hasta los sesentones. Eso parecía una verbena popular y solo había nacido con unos poquitos que se querían saludar. Eso llegó gente hasta de tres ojos.

 

Contaban historias felices y tristes. Hablaban de goles de torneos de fútbol aficionado, cuyo recuerdo se llevarán cuando mueran porque no hay registro fílmico.

 

En los barrios casi todos tenemos apodos de los vecinos mayores. Y al verlos ir llegando a estos de a poco a la reunión aumentó la risa, ya que nos tocaba tomarnos fotos con el personaje con el que nos pusieron la chapa. A mi me dicen “Lu”, pero ese no estuvo en la beba. Pero sí estuvieron: Carequeso, Pinino, Toñin, Chivo, El mono, Chiripas, Condorito, Pandebono, Pacho, El Chunco, Buseta, Lulo; y muchos más que ahora no recuerdo, en total había unos 30 personajes en ese antejardín.

 

Verraco vicio de a todo tomarle fotos y ahí fue quedando registrada esa “pluralidad de botellas” que íbamos vaciando.

 

Todo había empezado a las 10:00 p. m. y a las 8:00 a. m. ya estábamos “chatarras” (es decir, ridículamente borrachos y casi inservibles), en este punto sucedió lo peor de la fiesta. Como ya era 8 de diciembre los niños de la comunidad estaban haciendo la primera comunión (la iglesia queda a dos cuadras del lugar de los acontecimientos). Uno no entiende por qué el cura sacó a los niños de la iglesia y se los llevó como a dar una vuelta olímpica por el barrio. A una cuadra, Chivo y yo, alcanzamos a ver que venía la procesión de niños hacia nosotros:

 

––Soltero(n) pandémico: “Ve, Chiiivo, bajale a la múxxsica que viene el padrrre con los niñosschs”

––Chivo: “listo, Juancho, … Ve, ¿y para dónde va Pacho…?”

 

Resulta que los niños venían en sus letanías y el padre al ver esa cantidad de gente bebiendo quiso desviarlos para que no vieran el mal ejemplo. Sin embargo, el guevón del Pacho interceptó la procesión y se arrodilló en la mitad de la calle para pedirle la bendición al cura. Todos quedamos de una sola pieza.

 

Después de ese momento incomodo, seguimos tomando, y yo empezaba a perder mis sentidos. Lo último que recuerdo es muy bonito (no abandone la lectura que lo mejor está por venir y es lo que no recuerdo, pero me lo contaron mi mamá y mi tía Aidé) y es que apareció un amigo que no veía hace más de 20 años. Eduardito llegó con su guitarra y nos pusimos a cantar a dos casas de la bebeta. Es mi último recuerdo de esa noche. Cantábamos a grito herido la canción: “Lagrimas negras”, de Compay Segundo:

 

Coro:

“Tú me quieres dejar

Yo no quiero sufrir

Contigo me voy mi santa

Aunque me cueste morir”.

 

Lo bueno de esta canción es que luego uno empieza a sonear, algo así como a trovar en ritmo antillano. Y aprovechamos y de soneo en soneo hasta hijueputeamos a Uribe.

Cuenta la leyenda que tipo 3:00 p. m. mi tía Aidé fue por nosotros y nos llevó a dormir. En la casa de mi tía estaba mi mamá, el esposo y el niño. Nunca el niño me había visto borracho (ni me ha vuelto a ver). Hasta ahí todo medianamente normal: era diciembre y los reencuentros terminan parecidos, aunque a veces más temprano. Pero aquí viene la parte apoteósica. Me lo cuenta mi mamá tipo 9:00 p. m. que me desperté. Resulta que hay algo que en Colombia le llamamos “me enlaguné”, y es cuando uno no se acuerda de lo que hace. Es muy poético llamar “laguna” a la amnesia etílica.

 

––Mamá Solterón: “usted, llegó y salió de la pieza en calzoncillos delante de Raimundo y todo el mundo” (cuando no me dice “Mijo” es porque está brava. No le gustan mucho los borrachos).

––Soltero(n) Pandémico: “eso no tiene nada de malo, mami. Teneme compasión, Ve, que estoy más maluco que una tazada de babas, oís”.

––Mamá Soltero(n): “pero es que ahí no termina la cosa. ¡Salió del baño en pelota y se metió a la cocina! –de pronto pensando que era la pieza– y empezó a buscar la cama y tocaba la nevera”.

––Soltero(n) pandémico: “Noooo, vos, me estás jodiendo, mami, ¿sí o qué? Cómo voy a salir viringo, que cagada”.

––Tía Aidé: “ja, ja, ja, sí, mijo, salió viringo. Y yo fui por una toalla y lo tapé y lo llevé a la pieza. Ze Roberto no podía de la risa y decía: “Ve, Gloria, mirale esas nalgotas ja, ja, ja” y el niño se tapaba los ojitos ja, ja, ja”.

Soltero(n) pandémico: “Huy, tía, que pena con vos, no me acuerdo ni cinco”.

 

A pesar del cierre triunfal de la jornada en la que terminé viringo, en pelota, como Dios me trajo al mundo, con mis miserias al aire –buscando una cama en la cocina y ubicándome al tacto de una nevera– fui feliz. En medio de los tragos juramos que a mitad del 2020 nos íbamos a encontrar para celebrar los 40 años de muchos de los que los cumplimos en este año. Pero una negra noche se posó sobre el mundo y este se acabó por un tiempo (no sabemos cuánto) como lo conocíamos.

A los recuerdos no les da Covid, ni a los buenos ni a los malos. Por eso les quiero decir a todos mis amigos que los quiero mucho. El Solterón Casado tiene una frase muy cierta: “la amistad debería ser una religión”. Y en este momento me imagino al lado de Eduardito y su guitarra cantando una de las estrofas de la canción y recordando lo complejo de la existencia:

 

“ […] Sufro la inmensa pena de tu extravío

Siento el dolor profundo de tu partida

Y lloro sin que sepas que el llanto mío

Tiene lágrimas negras como mi vida”.

¡Salud!

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